¿Por qué viajar solo te ayuda a desarrollar la Inteligencia Emocional?
noviembre 2, 2016

Ilha do Frade. Vitória. Espíritu Santo. Brasil
En mi estudio de la Inteligencia Emocional a través de la realización de una Maestría y buscando ponerla en práctica en próximos cursos de capacitación, pude descubrir una relación explícitamente directa entre la adquisición y la práctica continua de diferentes habilidades que se nuclean dentro de la disciplina fomentada por el archiconocido psicólogo Daniel Goleman con el hecho de impartir un viaje en «soledad» (uno nunca termina estando solo).
Si hablo de «Autoconocimiento», me estoy refiriendo a la inteligencia interpersonal… ¿Qué mejor manera de conocerse a uno mismo, de saber lo que vamos sintiendo cuando nos enfrentamos a situaciones que se alejan de la «famosa» y «pasmosa» zona de confort?
Hablar en otro idioma, hacer nuevos amigos, descubrir y adentrarnos dentro de una cultura diferente, planificar los traslados, dejarse llevar por sensaciones positivas… Todas estas cosas, van a elevarte la «Confianza en vos mismo» (Autoconfianza) y vas a descubrirlo cuando estés de vuelta en tu casa y te enfrentes a situaciones cotidianas.
Dicha «Autoconfianza» te va a permitir, por ejemplo, poder expresar opiniones que despierten rechazo y arriesgarte por lo que considerás correcto, ya que se trata de un fuerte sentido de lo que valemos y de nuestras capacidades.
Viajando, vas a aprender exactamente lo que te gusta hacer y lo que no. Todas tus decisiones pasan por vos mismo, por momentos determinados y por sensaciones vividas. Sabés claramente lo que tolerás e identificás notoriamente lo insoportable, y justamente, no te da miedo pronunciar esa palabra tan crítica para rechazar una actividad (en el viaje o fuera de él) o un trabajo que no se condice con tus valores y con tus aspiraciones (cuando ya estés en casa).
A mí me gusta viajar en modo slow (lento), disfrutando de cada día y de cada actividad a más no poder (practicaba mindfulness sin saber lo que era…). Creo que empecé a descubrir esto cuando viajé a Río allá por el lejano 2008 para celebrar año nuevo con mis compañeros de portugués (excelentes personas sí las hay pero con gustos un poco diversos a los míos).
Muchos de aquel grupo venían con el modo fast activado, llevado al castellano esto significaría tener hormigas en ya saben dónde… Dormir poco, comer mal, no contemplar nada por querer hacer otra cosa, NO IR A LA PLAYA CON 40 GRADOS Y CON UN SOL QUE PARTÍA LA TIERRA, viajes maratónicos a Cabo Frío o Búzios, no querer quedarse en Río Scenarium en Lapa disfrutando la noche carioca, en fin…
Ahí aprendí que no se puede obligar a todos a hacer lo mismo, y como en ese momento no conocía ni tampoco me importaba conocer mis preferencias viajeras, inconscientemente dejaba todo en mano de los otros (más grandes que yo). Error.
A ver, disfruté mucho ese viaje, más a partir de un día que en me quedé solo en Río (recuperándome de una descompostura matadora) cuando se fueron a Búzios y volvieron. Ahí empecé a sinergizar más y a comprender sus intereses, pero también, en esos dos o tres primeros días, me frustré un poco y me enojé.
A partir de ese entonces, hice 4 viajes en soledad (todos por Brasil) con muchas sensaciones de placer y recuerdos excelentes (sobre todo de los últimos 3).
Empaticé con gente local, les pregunté por sus vidas, de deporte, de política. Intenté vivir por un momento sus realidades, y eso me gratificó un montón y me enseñó. Todo esto provocó que analizara mis emociones al viajar y que cada día me conozca mejor.
Más allá de lo que recién les comenté, aun me cuesta entender como existe gente que nunca tiene, tuvo ni tendrá, el más mínimo deseo en hacer un viaje. Para mí, repito, para mí, se están perdiendo un montón de cosas…